El día 26 de abril de 1986, se produjo el accidente nuclear más grave de la historia en la central Chernóbil, a 90 kilómetros de Kiev (Ucrania). Este accidente nuclear puso en evidencia la peligrosidad de esta fuente de energía, puesto que tuvo y tiene todavía unos efectos devastadores.
La explosión en el cuarto reactor de la planta de Chernóbil, producto de una cadena de errores, esparció hasta 200 toneladas de material fisible con una radiactividad de 50 millones de curios, equivalente a entre 100 y 500 bombas atómicas como la de Hiroshima. La radiación afectó a más de cinco millones de personas, principalmente en Rusia, Ucrania y Bielorrusia, según la Organización Mundial de la Salud.
En este 2014 se cumplen además sesenta años de la puesta en marcha de la primera central nuclear. En esas seis décadas se han producido una treintena de accidentes, que alcanzan niveles de 3 a 7 en la escala INES de sucesos nucleares, que va de los niveles 0 (anomalía) a 7 (accidente grave). Los más graves y conocidos son el de Fukushima (Japón, 2011), Chernóbil (Ucrania, 1986), Harrisburg (EEUU, 1979) y Winscale (Inglaterra, 1954), pero a estos habría que sumar los recientes de Tokaimura en Japón, con al menos cuatro muertos, o el de Tricastin en Francia, con un trabajador muerto.
Esta peligrosidad es motivo suficiente para abandonar la energía nuclear y apostar por fuentes de energía más limpias y seguras.
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